jueves, 16 de junio de 2011

MUDÉJARES Y MORISCOS

R.H. Shamsuddín Elía

Los mudéjares (del ar.: mudayyan = domesticado, domeñado), eran los musulmanes de los reinos hispanos medievales a quienes se les permitía quedarse en su lugar de residencia, bajo determinadas condiciones. Esta categoría comenzó a ser común a partir de la toma de Toledo en 1085. A partir de ese momento existió la condición de mudéjar, pero no la denominación. En los documentos oficiales o privados, escritos en latín y en romance que hacen referencia a los mudéjares, se ignora absolutamente dicho término, se habla de forma imprecisa de moros o sarracenos. Las morerías y aljamas en ese tiempo van a ser algo así como ghettos de las ciudades cristianas, acentuándose con ello el aislamiento de los mudéjares. En el siglo XV, la política de los reyes de Castilla y Aragón se tornó violentamente represiva, especialmente con la llegada a Granada del cardenal inquisidor Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517). Cisneros impuso la cristianización de los musulmanes por la fuerza, inició persecuciones, ordenó la quema de ocho mil manuscritos islámicos en la puerta de Bibarrambla, en el acceso a la Alhambra, en 1499, y expulsar a quienes no se convirtieran al cristianismo. Por esa época había dos clases de musulmanes: los unos eran mudéjares viejos, y los otros, los granadinos, nuevos o moriscos. El sociólogo norteamericano Noam Chomsky, nos dice al respecto: “En 1492, la comunidad judía de España fue expulsada por la fuerza. Millones de moriscos tuvieron el mismo destino. En 1492, la caída de Granada, que puso fin a ocho siglos de soberanía musulmana, permitió a la Inquisición española ampliar su bárbaro dominio. Los conquistadores destruyeron libros y manuscritos estimables, riquísimos testimonios del saber clásico, y destruyeron la civilización que había florecido bajo el dominio musulmán, mucho más tolerante y más culta. El camino quedó allanado para el declive de España, y también para el racismo y la brutalidad de la conquista del mundo” (N. Chomsky, Año 501. La conquista continúa, Libertarias, Madrid, 1993, pág.12).

Los conquistadores españoles repetirían esos crímenes en América contra las espléndidas y sapientísimas culturas indígenas mesoamericanas, como en el caso de la destrucción de los códices mayas por Fray Diego de Landa ( 1524-1579).

El mudejarismo será el movimiento artístico hispanomusulmán bajo dominio cristiano, que florecerá en España desde el siglo XIII al XVI, y en sus colonias hasta principios del XIX con la denominación de “Colonial”. Hoy día, podemos apreciar las iglesias mudéjares a lo largo y a lo ancho de toda América Latina, desde Cuba hasta el norte argentino, como la bellísima catedral de la Virgen de la Candelaria, en la población de Copacabana a orillas del Lago Titicaca, a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, construida entre 1610 y 1620.

Fuente: www.identidadandaluza.wordpress.com

La expulsión de los moriscos de España

El orígen de los llamados moriscos y la «Expulsión» es el término empleado por los historiadores para expresar la ejecución de la orden real de 1609: La palabra «expulsión» refuerza el concepto de «destierro», de lanzar fuera de su tierra, y de «exilio», instalación en un lugar alejado de ella”. El 9 de abril de 1609, Felipe III de España decretó la expulsión de los moriscos (expulsión que no se lleva a cabo hasta el año 1616), descendientes de la población de religión musulmana convertida al cristianismo por la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502. La decisión de expulsar a los moriscos vino determinada por varias causas entre ellas, el intento de acabar con el pensamiento crítico que hacía tiempo corría por Europa sobre la discutible cristiandad de España por la permanencia de algunas minorías religiosas. Con esta decisión se acababa con el proceso homogeneizador que había comenzado con la expulsión de los judíos y ratificar la cristiandad de los reinos de España. Aunque esta no era la opinión popular que sólo la veía con cierto resentimiento por competencia de recursos y trabajo. Los moriscos o musulmanes convertidos a la religión cristiana, sufrieron una importante marginación, en especial por su cultura particular, que les convertía en blanco de las asechanzas de una población, la cristiana, que siempre les tildó de falsos cristianos. El siglo XVI supuso para el morisco un confinamiento según el cual ninguno de ellos podía acceder al antiguo reino de Granada bajo severísimas penas. La obligación de emplear la lengua castellana, no pudiendo en modo alguno hablar o escribir en árabe, supuso también un importante desarraigo para este sector de la población. De igual modo, la obligación de vestir a la usanza de los cristianos viejos, abandonar las antiguas costumbres y ritos, equivalía a la disolución de una población morisca que, finalmente, terminó siendo expulsados del reino a comienzo del siglo XVII.

La expulsión de los moriscos, es decir, de la minoría musulmana que vivía en España como legado de la España árabe, constituye uno de los temas capitales de la historia de España. La tolerancia religiosa que había caracterizado la Edad Media, expresada por el mozarabismo y el mudejarísmo fue sustituida, con el advenimiento de los tiempos modernos, por la tendencia asimiladora de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias. Al fracasar la asimilación ganó cuerpo la idea de la expulsión, decretada por Felipe III en 1609. Desde una perspectiva moral la expulsión de los moriscos fue un acto de barbarie e intransigencia religiosa, modelo de operación política cruel, de actitud al mismo tiempo defensivo e intransigente, y de eficacia burocrática en la ejecución de la voluntad soberana. Aproximadamente, 112.000 personas fueron echados de su país por la sencilla razón de que eran diferentes: hablaban otra lengua, tenían otras costumbres y adoraban al mismo dios de forma distinta, constituyeron una comunidad cultural segregada, reducida y marginada. La pérdida demográfica fue terrible y la repoblación tardó cerca de un siglo en llenar parcialmente aquel vacío. En el orden económico se vio privada la nación de la población más útil, productora y contribuyente.

Por extensión, se denomina también «moriscos» a los que fueron expulsados de España y a sus descendientes, especialmente en el Magreb. La palabra «moro» proviene del latín maurus, que designaba en época romana a los habitantes del Magreb central y occidental actuales (zonas costeras de Marruecos y de casi toda Argelia), las provincias romanas de la Mauritania Tingitana (capital: Tánger, en Marruecos) y Mauritania Caesariensis (capital: Cherchel, en Argelia). Pero las crónicas europeas medievales no suelen llamar «moros» a los musulmanes hasta las invasiones magrebíes en Al-Andalus de las dinastías beréberes de almorávides y almohades, en los siglos XI-XIII. La denominación «moro» pasará a calificar, desde esa época hasta nuestros días, a todo lo «no-cristiano», con cierta agresividad: los «moros y cristianos»; los «moros en la costa»; el niño «moro» o no bautizado, etc. El término «morisco» designa, por tanto, a los individuos de un grupo social muy determinado, en época moderna, para diferenciarlo de otros musulmanes, aunque su etimología ilumina el origen más complejo de esta palabra.

A principios del siglo XVII los moriscos constituían minorías de importancia considerable en Valencia, Aragón y Murcia. En la Corona de Aragón los moriscos constituían un porcentaje apreciable de la población total. Su expulsión supuso una disminución importante de la población activa, y de la mano de obra especializada en esos reinos, generando, al principio, reacciones contrarias a la expulsión. En Valencia, donde los moriscos eran muy abundantes, controlaban la actividad agraria de las comarcas de secano y de algunos regadíos, como los de Játiva y Gandía. A pesar de las protestas la expulsión se cumplió, con graves consecuencias para la economía y la población. Los moriscos (palabra que deriva de moro) fueron los españoles musulmanes bautizados tras la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502. En 1491 Boadil, último rey nazarí, capitula ante los Reyes Católicos y negocia la entrega de Granada el 25 de noviembre. Inmediatamente después de la entrada de los Reyes Católicos en Granada comenzaron una labor de conversión por métodos pacíficos.

Durante la primera mitad del siglo XVI hubo cierta tolerancia. La autoridad reprobaba esta fidelidad al Islam que combatía mediante la Inquisición y la toleraba al mismo tiempo, esperando la conversión. Con el motivo del levantamiento de las Alpujarras, los cristianos aprovecharon para afirmar que los musulmanes habían quebrantado el pacto alcanzado en 1491; por ello dictaron la Pragmática de 14 de febrero de 1502, que ordenaba la conversión o expulsión de todos los musulmanes del reino de Granada, exceptuando a los varones de menos de catorce años y las niñas menores de doce, antes de abril del citado año. Esta Pragmática supuso un quebrantamiento de los compromisos firmados por los Reyes Católicos con el rey Boabdil en las Capitulaciones para la entrega de Granada, en las que los vencedores castellanos y aragoneses garantizaban a los musulmanes granadinos la preservación de su lengua, religión y costumbres. En 1566, Felipe II prohibió, aleccionado por Diego de Espinosa, el uso de la lengua árabe, de trajes y ceremonias de origen musulmán. Al tratar de aplicarse este decreto, se produjo la rebelión de la Alpujarra (1568-1571), bajo el mando de ABEN HUMEYA. Dominada la revuelta, los moriscos granadinos fueron deportados hacia La Mancha y Castilla la Vieja. A finales del siglo XVI, la población morisca en los reinos peninsulares ascendía a unas 275.000 personas. En varias ocasiones se pensó en decretar su expulsión, pero la medida se pospuso debido a las presiones de la nobleza aragonesa y valenciana, beneficiados de este régimen de semiesclavitud.

Finalmente, Felipe III decretó la expulsión en 1609. La expulsión se lleva a cabo hasta el año 1616. En esa fecha, termina la existencia de los mudéjares en España pero no de los moriscos, que son expulsados o trasladados. El término morisco se impone de manera absoluta a partir de 1570. Antes existía todo un elenco de denominaciones: cristianos nuevos de moro, cristianos nuevos de morisco, simplemente cristianos nuevos o nuevamente convertidos.


Fuente: www.abogae.com

El problema morisco en Sicilia

En el período posterior a la expulsión de los Moriscos, es el tribunal de Sicilia el que lleva la palma en número de procesos, con un total de 261 causas

Varias obras de historiadores antiguos o recientes han estudiado la presencia del Islam en Sicilia; sin embargo, todos hacen caso omiso de un aspecto de esta presencia: la de los llamados «Moriscos», es decir de estos musulmanes convertidos en España al cristianismo y luego expulsados, como consecuencia del fracaso de la conversión. Hemos encontrado la huella de estos Moriscos estudiando los procesos inquisitoriales conservados en el Archivo Histórico Nacional de Madrid (1); efectivamente la Inquisición los persiguió por seguir siendo fieles al Islam.

Es de notar que, en su lucha contra el «Mahometismo», el tribunal del Santo Oficio de Sicilia ocupa el cuarto lugar, en cuanto se refiere al número de procesos (763), después del de Valencia (2744), Zaragoza (2668), y Granada (1635) (2).

Sin embargo, si consideramos ahora más precisamente el período posterior a la expulsión de los Moriscos, es el tribunal de Sicilia el que lleva la palma con un total de 261 causas, lo que quiere decir que en Sicilia se planteó el problema con gran intensidad y siguió planteándose cuando ya casi no lo era en España.

En efecto, por su situación geográfica y su población cosmopolita, Sicilia está en relación estrecha con el mundo musulmán. Allí, pues, la Inquisición se mostrará particularmente celosa por ser la isla el punto de contacto directo entre el mundo cristiano y el mundo turco-magrebí (3).

Pero desde ahora, hay que dar una precisión: todos los procesos por islamismo no se refieren a Moriscos. A tres grupos persigue el Santo Oficio: primero a los llamados «renegados»; son los más numerosos. Segundo a los «Cristianos Nuevos de Moros o de Turcos». Es el segundo grupo en importancia numérica. En fin a los llamados «Moriscos» propiamente dichos. El primer proceso referente a uno de ellos es de 1547, y el último, de 1639. El número total de Moriscos procesados es de 63 personas, el de Cristianos Nuevos, de Moros o Turcos, de 150 personas, y el de los renegados de 550. Notemos que, a veces, hay interferencias entre los tres grupos. A los unos como a los otros, se les nombra en ocasiones «cristianos renegados»; es el caso por ejemplo de Hernando de Villanueva (4), a pesar de ser Morisco oriundo de Tabernas, en el reino de Granada. De la misma manera, se dirá de otros que son «de raza de Moros», siendo ellos nativos de Aragón (5). Eso nos prueba que lo que interesaba a la Inquisición era luchar contra el Islam representado por renegados, Cristianos Nuevos, y Moriscos.

Nos interesa aquí esencialmente el tercer grupo, el de los Moriscos, procedentes de España, pero no se puede prescindir totalmente del segundo, ya que es para Sicilia lo que es el Morisco para España: un Cristiano Nuevo de Moro (así se llamaron en un primer tiempo los Moriscos en España). Además, precisemos que, si no encontramos más Moriscos después de 1639, es porque éstos han perdido ya su apelativo, y porque la generación siguiente no menciona ya su origen hispánico, por haber nacido en el Magreb o en otra región islámica.

Cristianos Nuevos de Moros o Turcos y Moriscos tienen un mismo problema: se encuentran en Sicilia en contra de su propia voluntad; y para resolverlo van a intentar por todos los medios regresar a tierra del Islam.

Un esquema tipo de esta empresa se deduce de varios procesos6. Primero son los preparativos. No suele ser empresa personal sino de varios: uno roba una barca, otro una sábana, que servirá de vela, y otros vendrán con algunas provisiones. Si se les sorprende, resisten y se defienden con espadas. La huida, por más seguridad, se emprende de noche; tienen la esperanza de llegar a las costas de Túnez a la noche siguiente, y mejor para ellos si encuentran barcos turcos o franceses que vayan hacia allá. En caso de captura, los guardias los entregan a la Inquisición, interpretándose su huida como un deseo de apostasía. Los reos, en su defensa, dirán que no podían soportar las sevicias de su amo, y que no deseaban más que ser «hombres libres». Uno se expresa así: «Que los pájaros procuraban su libertad, huyéndose de las jaulas». Además, muchos pretenden que se dirigen hacia Roma.

En esto interviene la Inquisición, que quiere conocer las motivaciones profundas de la huida; y en este caso preciso, muchas veces se votará el tormento: «Se votó fuese puesto a questión de tormento ad arbitrium sobre la intención». El resultado más frecuente es que el acusado confiese que quería irse a Berbería «a tornarse moro».

Otro punto de contacto entre el grupo de los Cristianos Nuevos de Moros y los Moriscos es su situación social. En su gran mayoría son esclavos, con algún porcentaje de libertos. Pero se les suele casi siempre nombrar en relación con sus amos. Si los primeros fueron tomados en acciones guerreras (se nombran varias batallas, como Lepanto, Gelves...) o en corso, y luego no resistieron las presiones que se les hacía para convertirse, los segundos vinieron con sus amos desde España, donde fueron esclavizados sea por haber participado en alguna de las sublevaciones moriscas, esencialmente en la guerra de las Alpujarras o en los levantamientos coetáneos de la expulsión, sea por haber venido en corso en las costas de España. A otros se les llama «Moriscos de los Expulsos»: son los que salieron en el momento de la expulsión general y las circunstancias varias de la vida los trajeron hasta aquí (7). Entre ellos, algunos se establecieron en un primer tiempo en Argel o en Túnez, y luego vinieron en corso con otros musulmanes. Éstos, al ser procesados, intentarán siempre esconder su origen morisco para no incurrir en la acusación de apostasía. A algunos de ellos se les sacó, después de una denuncia, de las galeras de Sicilia, donde cumplían su pena civil, para incoar un proceso inquisitorial contra ellos «por haber vuelto a practicar los ritos de la secta de Mahoma».

¿Cuáles son las penas que reciben los Moriscos, y a qué delitos corresponden? Numerosos son los condenados a galeras. Esta observación vale para los Moriscos como para los Cristianos Nuevos, los renegados, o cualquier persona cogida en corso. En este caso, el castigo de la Inquisición, no hacía más que corroborar el fallo del tribunal civil. Leemos en uno de los procesos: «En esto de las galeras, no hay que hacer mucho reparo, porque de verdad, se ponen más por formalidad de la sentencia que por castigo. Porque todos estos renegados que vienen en corso tienen galeras perpetuas por ley real y observancia deste reyno, y aunque no se les hubiera dado el tribunal, no por eso dexarán de tenerlas, pues leída la sentencia, se habían de restituir a las galeras, de donde se sacaron, y en ellas es fuerza que sean galeotes de por vida según el orden del rey» (8).

Además, se les dan penitencias espirituales y se les viste el sambenito, que quitarán antes de subir al barco. En un primer tiempo, se les obligaba a llevarlo en las mismas galeras, pero los galeotes o lo tiraban al mar, o lo desgarraban, o los demás compañeros hacían escarnio a la cruz de San Andrés dibujada en él.

En el caso de huida hacia tierras del Islam, el reo abjuraba y se le reconciliaba. Además, para la ejemplaridad del caso, se le azotaba por las plazas y calles de Palermo, y se pregonaba el motivo del castigo. En caso de circunstancias agravantes, se le condenaba a penas de galeras, de tres a siete años.

Como en la península, se aplican las distintas penas previstas para los delitos que se solían reprochar a los Moriscos, siendo el principal el haber vuelto al Islam. En este caso, se les reconciliaba, se les daba penitencia y se les imponía el hábito. En la mayoría de los casos, un sacerdote estaba encargado de su enseñanza religiosa.

Encontramos también los procesos habituales por bigamia, hechicería o blasfemia. Estos últimos son muy numerosos, y las blasfemias cobran una particular virulencia. Sin saberlo quizás, van en contra de las creencias tradicionales del Islam, que ve en Cristo un profeta y en María una persona excelsa, y exclaman: «Mal haya Cristo cornudo, y Nuestra Señora puta barragana, que sea matada».

Estos procesos son muy interesantes por los datos que nos ofrecen en cuanto a la vida de estos Moriscos. El relato que hacen de su vida ajetreada es para el historiador de un interés máximo. Ellos mismos nos dan detalles sobre su vida anterior en España, y siempre la presentan como una vida islámica, pero oculta: uno de ellos nos cuenta que sus padres, en Valencia, habían convertido la parte subterránea de su casa en mezquita, donde acudían los vecinos a rezar.

La lectura de estas causas nos permite además conocer mejor sus andanzas por el mundo mediterráneo a partir del momento de la expulsión. Algunos casos llaman particularmente nuestra atención como el de Juan Camar, de oficio arriero, que compareció espontáneamente ante el tribunal, que le hizo contar su vida: había sido llevado con otros Moriscos a Argel, donde estuvo año y medio en servicio de un turco, «haciendo vida de Moro con sus cerimonias, yendo a la mezquita por cumplir con ellos y porque no le hiziesen mal». Cuenta que allá se echó un bando para que todos los Moriscos que habían venido de España se retajasen so pena de ser esclavos. Él cumplió el bando, aunque tenía intención de volver a tierra de cristianos, porque su madre, Cristiana Vieja —antes casada con un Morisco— se había quedado en España. Se embarcó en un bajel con ocho ingleses y un flamenco, y otros renegados. Pero en el trayecto, los ingleses se hicieron señores del bajel y, al llegar a Malta, vendieron a los Moros como esclavos; de allí, fue traído a Palermo y vendido. El tribunal tuvo con él las audiencias ordinarias, e hizo las diligencias para saber su intención. Se votó que fuese absuelto «ad cautelam», se confesase y dijese «la corona de Nuestra Señora» los domingos y fiestas durante seis meses y ayunase los viernes (9). Bien podemos suponer que intentó regresar a España.

Otro caso interesante es el de Catalina Barón, natural de Bellús, en el reino de Valencia (10). Ha sido denunciada por un primo hermano suyo, natural del mismo pueblo, Morisco, y, como ella, esclavo; pero el amo de Catalina acaba de libertarla y concederle un pasaporte para ir a Túnez, «sin pagar aduana ni otro derecho alguno»; para obtener tal facilidad, no confesó su origen; siempre dijo desde su llegada a Sicilia que era mora. Pero no contaba con la acusación de su propio primo ni con los testimonios de las vecinas, que contaron al tribunal las confidencias de la rea. En un primer tiempo, se votó su relajación, por ser pertinaz; pero después hubo nuevo fallo, dijo que se convertía, y obtuvo la reconciliación. El relato que hace de su vida es muy curioso: cuando la expulsión, se embarcó con su marido en el puerto de Cartagena de donde pasó a Orán. Allí, antes de emprender el camino por tierra argelina, fue raptada por el gobernador de la galera, quien, al cabo de cierto tiempo, la regaló a otro patrón, y éste la trajo a Palermo, donde la tuvo por esclava algún tiempo. Después, pasó al servicio del marqués de la Mota, que la libertó, como se ha dicho.

Estos dos ejemplos que acabamos de comentar nos muestran que los Moriscos son seres dotados de una doble personalidad, y según las circunstancias, los vemos inclinarse hacia un lado u otro. Uno viene a confesarse espontáneamente, otro denuncia a su correligionario, otro en fin, queda firme en su fe islámica, y hace todo lo posible para volver con los suyos. La señal de esta doble personalidad aparece en los dos nombres que suelen tener los acusados: así, Catalina de Barón se hace llamar Zara.

Los procesos de Inquisición nos han mostrado que hubo un problema morisco en Sicilia; existió con ciertas características particulares. Nunca tuvo la misma importancia que en España. Gracias a estas relaciones de causas, tenemos pruebas de la presencia morisca en Sicilia. No se puede cifrar esta población; sin embargo, con las alusiones repetidas, podemos afirmar que fue una de las componentes del cosmopolitismo de la isla. Por ejemplo, en 1551, se lee en un proceso de un tal Alí que «llevaba Moriscos Cristianos a Túnez a los tornar Moros». Varias veces, se hace esta prohibición a los condenados: «No deben relacionarse con Moros o Moriscos». En la causa contra Catalina de Barón ya citada, leemos: «En esta ciudad (Palermo), hay algunos Moriscos que son Cristianos baptizados y viven como Moros, y se llaman nombre de tales, y así mismo mujeres moriscas...». Esta población vivía más bien en las ciudades marítimas que en los pueblos del interior. En las visitas que hacían los Inquisidores por los valles, no encontraron Moriscos.

En conclusión, el problema morisco en Sicilia es fundamentalmente el mismo que en España: es un conflicto de civilizaciones. Este conflicto, por ser escaso el número de Moriscos, es en sí menos agudo (no hay peligro para los cristianos de sublevación morisca como en Aragón o en Valencia). Pero al mismo tiempo, se tiene allí una conciencia más política del problema por la situación misma de Sicilia, situada en la zona conflictiva. La represión inquisitorial contra los Moriscos no será más que uno de los aspectos del enfrentamiento con el Islam.

Fuente: webislam.com

MORISCOS EN FRANCIA, ITALIA, ÁFRICA SUBSAHARIANA Y LA INDIA

Fuera ya del vasto Imperio Otomano, pero no ajenos a su influencia política, algunos moriscos se instalaron en países europeos africanos y asiáticos. No fueron,

seguramente, más que grupitos de familias, consecuencia de traslados masivos o de aventuras personales.

En Francia y en Italia, la presencia de los moriscos se debió al paso obligado de esos «cristianos nuevos de moros», en, una etapa primera de su expulsión. Ya se ha visto que las medidas decretadas por las autoridades españolas preveían un cierto trato más favorable si se dirigían a tierras cristianas, como pedían los propios moriscos, para así poder llevarse a los niños de corta edad. Quizás, en muchos casos, pedían pasar a países cristianos para poder practicar la religión cristiana o evitar vivir en países islámicos, que la propaganda española les había presentado como nefastos.

El caso de los moriscos del África subsahariana se trata simplemente de las consecuencias de la expedición militar marroquí al Sudán, a finales del siglo XVI. Los

moriscos en el Océano Índico son navegantes, que trabajan por aquellos mares.

No hay que excluir la presencia de moriscos expulsados y de sus descendientes en otros países, europeos o afroasiáticos. En países europeos está documentada al menos la presencia de Al-Háyari Bejarano en los Países Bajos o Estados Generales de Holanda, con una embajada marroquí encargada de defender los intereses de ciertos moriscos; él mismo cuenta que mantuvo conversaciones teológicas con eruditos cristianos y que mantenía correspondencia, a lo largo de su viaje, con diversas comunidades de moriscos en el exilio. El episodio literario del morisco Ricote, que vuelve a España con un grupo de romeros o peregrinos alemanes y se hace lenguas sobre la libertad religiosa en aquel país centroeuropeo, según Cervantes en El Quijote, tiene todos los visos de ser una creación literaria, pero puede tener un fundamento histórico.

Es hipotética, pero plausible, la presencia de moriscos en otros países periféricos del mundo islámico, en Asia o en África.

Moriscos en Francia

El tema de los moriscos en Francia tiene dos vertientes: el de su paso masivo por el país vecino de España, en el momento de la expulsión, y el de la instalación definitiva en ese país de algunas familias, después del embarque de la mayoría de los exiliados hacia países islámicos (especialmente hacia Túnez, Argel, Salónica y Estambul).

El continuo goteo de moriscos que emigran de España hacia los países islámicos, especialmente a través de Marsella, es un hecho bastante documentado, a lo largo de todo el siglo XVI. A principios del XVII y ante la amenaza de una previsible expulsión general, algunas familias se adelantan a los acontecimientos y organizan su éxodo por Francia. Suelen ser familias acomodadas, como los Compañero, de Aragón. Se puede sospechar que otros personajes muy ricos que se encontrarán en el Magreb en las décadas ulteriores, como el propio Mustafá de Cárdenas, habían pasado a tierras islámicas con grandes riquezas, antes de la expulsión general. En Marsella, Jerónimo Henríquez o Riques era «procurador general de los moriscos que han pasado al reino de Francia», según un documento francés de 1611, pero ya actuaba en los años que precedieron a la expulsión: seguramente negociaba sobre todo en favor de sus compatriotas pudientes, comerciantes como él, víctimas de atropellos diversos en aquel país.

Para ese éxodo tendrán dos caminos: el terrestre, con itinerarios bien documentados, por el sur de Francia y el norte de Italia, para embarcar en Venecia hacia Estambul y los territorios orientales del Imperio Otomano; el marítimo, desde Marsella u otros puertos del sur de Francia, embarcando para Argel, Túnez y otros puertos del Magreb.

El carácter tradicional de ambos itinerarios explica que en el momento de la expulsión se utilizaran de nuevo, a gran escala, para las masas de los expulsos. La intervención del sultán de Estambul ante las autoridades de Francia y de Venecia se debió a los problemas específicos que suponía el desplazamiento de tan importantes contingentes de viajeros.

Lapeyre y Louis Cardaillac han estudiado detenidamente todos los problemas que planteó, para los moriscos y para los franceses, el paso de aquéllos por el sur de Francia. Estos problemas pueden resumirse en los puntos siguientes:

- Antecedentes políticos de la alianza entre los moriscos -especialmente los aragoneses- y las autoridades francesas -especialmente los protestantes de Navarra contra las autoridades españolas.

- Apoyo del rey de Navarra Enrique IV, convertido en rey de Francia, al éxodo de los moriscos y a su instalación en tierras francesas.

- Transformación de la política francesa para con los moriscos, dificultándoles la instalación y organizando su traslado a territorios islámicos.

- Itinerarios desde el paso de los moriscos de la Corona de Castilla por el País Vasco, hasta su embarque por la costa atlántica o por la costa mediterránea atravesando todo el sur de Francia.

- Pleitos y conflictos en los que se vieron envueltos, con despojos varios y con castigos, a veces ejemplares, de autoridades y marinos franceses que les habían

despojado.

- Problemas de sanidad pública, de rechazo popular y de gastos públicos que trajo consigo el paso de los moriscos. Finalmente, la mayor parte de los moriscos fueron embarcados, ya sea desde puertos atlánticos del País Vasco, como San Juan de Luz, o mediterráneos del Languedoc (Agde) o de Provenza (Marsella). Hubo particular interés en no dejar en territorio francés ninguna familia o grupo de familias: a partir de 1611 no se dejó entrar a ningún navío con expulsados de España y se embarcó a los que se iban encontrando, como a los 70 moriscos que se hallaban en la localidad de Ollioure.

Pero algún historiador advierte que algunas familias se establecieron en diversas ciudades de Provenza, donde trabajaron en sus oficios, sea alimentando gusanos de seda, sea haciendo tejas y otras ocupaciones que habían ejercido en España (Honoré Bauche).

De hecho, unos moriscos de Francia pasan a Túnez en 1630, veinte años después de la expulsión: son Arnaud, de Bovorne, el ceramista Alfonso de Luna, de Toulon, Pierre Couscouilla, de La Verdière, y vanos moriscos más, que pasaban en un barco francés, que había sido atacado por un barco de marinos de Salé, también moriscos.

Por eso se han emprendido recientemente nuevas investigaciones sobre moriscos que habrían quedado en territorio francés. Ya se han obtenido algunas informaciones, tanto en Provenza (Marsella), como en Aquitania (Burdeos). Una importante documentación de hacia 1668, estudiada por Turbet-Delof, menciona a familias de moriscos instalados en Francia (hasta en Guyena y Normandía) y bastante enraizados en el país, que pasan al Magreb (Argel, Túnez y Trípoli) con mujeres e hijos de origen francés y no morisco español. Serían descendientes de moriscos que habían conseguido escabullirse de las medidas de expulsión de Francia, quizás porque se habían aislado individualmente de las masas de emigrantes. Es de esperar que las actuales investigaciones de Vincent y sus discípulos abran nuevos campos al conocimiento de las instalaciones de moriscos en Francia.

Moriscos en Italia

La Península Italiana del siglo XVI no tenía la unidad política de los siglos XIX y XX. Estaba constituida por territorios políticamente muy diferenciados, de los que los principales eran los dependientes de la Monarquía española (Nápoles, Milanesado y las islas de Sicilia, Malta y Cerdeña), los Estados Pontificios, el Gran Ducado de Toscana, la República de Venecia, Génova, etc.

El paso de los moriscos por Italia y su eventual instalación será, pues, muy diferenciado también. La poca documentación conservada sobre los exiliados da una visión parcial del episodio italiano de la expulsión, complementarlo del que ya se sabe de otros países, especialmente de Francia.

Las relaciones de los moriscos con Italia tienen dos aspectos diferentes: la península será tierra de paso en su exilio, para algunos de ellos, y será lugar de múltiples relaciones mediterráneas, en las décadas que siguieron a la expulsión, pero a partir de los territorios islámicos donde se habían instalado definitivamente.

Se han hecho ya numerosas referencias a los itinerarios terrestres de los moriscos que se dirigían desde España a Constantinopla, embarcándose en Venecia, aun antes de la expulsión de 1609-1614. Atravesaban Francia y el norte de Italia, haciéndose pasar por peregrinos: «diréis que vais a Loreto», el santuario mariano cerca de la costa del Adriático. En Venecia se embarcaban. En 1608, cuatro familias de moriscos murcianos se habían embarcado fraudulentamente en Alicante; llegaron a Venecia y de allí a Estambul (Constantinopla). Muchos preferían la vía terrestre, por la inseguridad marítima y por no poder sufragar los gastos del embarque, según carta del sultán otomano Ahmad I al Doge de Venecia (1614).

Tanto Venecia en el Adriático, como Génova, Liorna (Livorno) y Civitavecchia, en el Tirreno y mar de Liguria, fueron los primeros puertos de destino italianos para los moriscos que querían salir para tierras cristianas, aunque luego se dirigieran a Constantinopla. A fines de 1610 el virrey de Valencia se ufanaba de haber dirigido a 388 moriscos hacia Génova y 134 sevillanos habían tenido el mismo destino, en febrero de ese mismo año.

Pero ya a fines de 1610 los puertos cristianos del Mediterráneo empezaron a poner toda clase de reparos en recibir a moriscos. Un barco francés que había cargado a bordo a 113 personas, en Cádiz, para llevarlos a Liorna, desembarcó en Salobreña, so pretexto de que en toda Francia, Génova y Italia ni en Liorna no les quieren recivir y en llegando al puerto los desvían a cañonazos.

A mediados de 1611 ya se sabía que aunque dijeran que iban a Italia, iban directamente a Berbería, es decir al Magreb islámico. Eso es probablemente lo que pasó con los moriscos catalanes enviados en un barco francés que salía de Barcelona hacia Liorna, en 1611, o con el envío hacia Italia de los moriscos múrcianos refugiados en Mallorca, en abril y agosto de 1614. También hacia Italia fue dirigido un importante grupo de 480 moriscos desembarcados en Marruecos, que se habían refugiado en la plaza portuguesa de Tánger, descontentos de la acogida en ese país, en junio de 1611.

Un caso especial de acogida de moriscos en Italia fue el del Gran Duque de Toscana Cóssimo de Médicis, que al principio les acogió para dedicarles a regenerar la agricultura de algunas de sus tierras, especialmente las pantanosas zonas costeras de sus estados. Su puerto de Liorna, que era una encrucijada comercial en el Mediterráneo, vio desembarcar a tres mil familias de moriscos. Pero éstos no quisieron dedicarse a la agricultura en esas circunstancias, alegando en particular que ellos no eran labradores sino comerciantes. Se volvieron a embarcar, especialmente para Argel.

Esta idea de hacer colonias agrícolas con los moriscos expulsados volvió a surgir unos años después en Italia, en 1619, cuando un obispo que quería salvar las almas de los que estaban en Argel ya que «permanecían cristianos en el fondo de su corazón» presentó un proyecto de instalarlos en la Apulia, en los alrededores del puerto de Bari, en la costa adriática. Quizás también había allí marismas pantanosas que desecar, problema agrícola general en las costas italianas, para el que no se encontraba mano de obra suficiente, debido también a lo insalubre de esas marismas.

Es preciso observar que los moriscos expulsados de España fueron destinados muchas veces a tareas agrícolas, como colonias compactas, tanto en países cristianos (Toscana, Apulia), como en países musulmanes (Argel, Annaba, Túnez, Adana, Trípoli…). Se pensaba que generarían riqueza, como fuerza productiva en el sector primario, como lo hacían en ciertas regiones españolas.

Por ahora sólo hay una mención a la instalación de ciertos moriscos de Ávila en el Ducado de Mantua, en el valle del Po.

La presencia de moriscos en los territorios italianos de la Monarquía española ha sido tratada en la introducción de este libro. Algunos habían estado en Italia como

soldados de los ejércitos españoles: es el caso de un morisco que dominaba por eso el italiano y que pasará a Marruecos, donde hará de intérprete en relaciones diplomáticas con Inglaterra.

Hay mucha documentación sobre moriscos esclavos o procesados por la Inquisición en los territorios españoles de Italia. Al-Háyari Bejarano escribe que el médico andalusí hâyy Yúsuf le había dicho que había en Malta 5.500 musulmanes, de los que 50 eran andalusíes. También están documentados moriscos esclavos en Cerdeña, en Sicilia, en Liorna.

En esta última ciudad portuaria se hace mucho comercio con los puertos magrebíes y en esas operaciones comerciales aparecen andalusíes. También el rico morisco tunecino Alí El Sordo mantiene estrechas relaciones comerciales con Italia, especialmente con los genoveses del enclave de Tabarka, arrendado por Génova a las autoridades tunecinas para la pesca del coral: será el representante de los genoveses en Túnez. En la documentación comercial aparecen moriscos o andalusíes residentes en Palermo, en Malta o en Liorna, que no parecen esclavos o cautivos.

En la documentación inquisitorial estudiada por Cardaillac no aparecen moriscos a partir de 1639, probablemente porque se han asimilado a la población cristiana, si han permanecido en los territorios italianos, o porque no se identifican ya como españoles, sino como musulmanes de sus nuevas patrias, para no verse acusados de ser apóstatas o ex-cristianos, por haber sido bautizados en España aunque luego habían sido expulsados por musulmanes. Hay que tener en cuenta también que «morisco» o «moresco» en italiano no sólo designa a los moriscos españoles, sino a todo lo que llamaríamos ahora «magrebí», musulmán del Norte de África.

Hay que mencionar, finalmente, dos curiosas presencias moriscas en la capital de la Cristiandad católica, en la Roma de los Papas.

La primera es la de algunos eclesiásticos de origen morisco, como el jesuita padre Casas, que fue profesor y traductor de árabe durante algunos años y fue encargado de misiones especiales al Líbano y Egipto. Era granadino y tuvo bastante peso en la política islámica de la Santa Sede. Murió en Valladolid.

La otra presencia morisca es por algunos libros en castellano y con escritura latina, de moriscos de después de la expulsión, que se conservan en bibliotecas italianas: en la Vaticana o en la Casanatense, de Roma, o en la Biblioteca Universitaria, de Venecia. No es fácil determinar la fecha ni la forma en que entraron esos manuscritos moriscos en esos fondos italianos.

Moriscos en el África subsahariana y en la India

A lo largo de la Edad Media, numerosos andalusíes habían viajado por el África subsahariana, haciendo comercio. Algunos de ellos han dejado constancia escrita de sus viajes y de las características más notables de los países que visitaron. Son testimonio de la capacidad de desplazamiento que ofrecían esos países para los musulmanes mediterráneos. No es, pues, de extrañar que algunos moriscos también viajaran por esas tierras, aunque no haya quedado por ahora ningún testimonio específico de estos últimos andalusíes.

Ya en el siglo XIV, el andalusí Ishaq Ibn-Ibrahim As-Sáhili, poeta y arquitecto, había sido contratado por el emperador mandinga, a quien había conocido con ocasión de la Peregrinación a los lugares santos de Arabia. Sería el creador de un estilo arquitectónico particular llamado «sudanés» (hay que tener en cuenta que en árabe Sudán significa «tierra de negros» en general, es decir, toda el África subsahariana, y no sólo los estados o países que modernamente han tomado esa denominación). Ishaq As-Sáhili es el ejemplo mismo de cierta movilidad, por razones económicas o laborales, en todo el mundo islámico.

Pero la presencia masiva más importante de los moriscos o andalusíes en el África subsahariana es consecuencia de la expedición militar marroquíde finales del siglo XVI a los territorios ribereños del río Níger. En la actual República del Mali, especialmente en las ciudades de Gao y Tombuctú, sus descendientes mantienen las tradiciones y el orgullo de ser andalusíes.

Finalmente hay que mencionar a dos moriscos en el Océano Índico, que sirven de intérpretes y negociadores entre portugueses y españoles y autoridades musulmanas de la India. A principios del siglo XVI se trata del granadino Sidi Alí Al-Tortu (El Tuerto), mediador con Alburquerque, y más tarde de otro Sidi Alí, que sabe muy bien el castellano.

Estos moriscos en Asia meridional son, por ahora, los representantes documentados más alejados del exilio morisco, el de antes y el de después de la gran

expulsión de 1609-1614.


Fuente: Identidad Andaluza
www.identidadandaluza.wordpress.com

Otros apellidos relacionados al Burnus Arabe

Berneo, Berneio (Portugal), Sberna (Italia)

Relación del Burnus Arabe (capa) con apellidos de España, Italia y Francia

Capa o manto con su capucha, generalmente utilizado por los campesinos Bereberes y Arabes del norte de Africa, pudo haber ingresado a Sicilia con la Corona de Aragón de España, siglos XV-XVI. Derivados: Sbernia, Albernia, Bernusso (Italia), Burnus, Al-Burnus (Tunez, Argelia,etc.), Albornoz, Bernia (España), Berne, Sbernie (Francia).